Después de semanas en el mar, por fin funcionó el teléfono satelital. Marcó el número, tal como lo imaginó durante las largas noches, y esperó. Una grabación lo remitió de un menú a otro, hasta que, harto, lo azotó contra el puente de la embarcación. “Carajo”, pensó. “Para cuando uno consigue sexo telefónico, ya no tiene ganas”.
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